miércoles, 20 de marzo de 2013

LAS YUNTAS DE MULAS



Castro va derecho a ver a las mulas. Valentina está hozando en el pesebre. Le acaricia la grupa, el ancho costillar, el pescuezo; ella se vuelve y lo reconoce, pero no le presta atención. Se vuelve al pienso.
- ¡Aquí estamos otra vez, Valentina! ¿Me has echado de menos? Ya se ve que no. Claro, tú aquí, en el pesebre, tan requetebién, haciendo carnes, y no te das cuenta de las fatigas que paso yo para traerte un celemín de cebada (…)
- Castro, de parte del comandante que tienes un pasajero.
- ¿Qué pasajero?
- Un alférez nuevo que va destinado a tu compañía.
Castro se encoge de hombros.
- Bueno, por lo menos iremos acompañados.
- ¿Quiénes iréis? ¿No has venido solo?
- No, he venido con cinco bestias, y con Valentina.
- ¿Cómo? ¿Una mujer en las trincheras?
- No, Valentina es una mula, pero tiene más conocimiento que tú.
- ¡Desde luego, lo que hay que oír –murmura el enlace cuando se aleja –, la mitad están tarumbas, con tanto tiro!

                                                                             De “La Mula”. Juan Eslava Galán



La mula, o mejor dicho la yunta de mulas, representa en Villahermosa un elemento característico y casi emblemático de nuestra forma de vida rural. La yunta era la herramienta básica para las faenas del campo, sobre todo labores de arrastre y arado en tierras de labrantío, de forma similar a los tractores de nuestros días. Arrieros y gañanes (de los que no faltaban representantes en nuestro pueblo) también hacían de las mulas su medio de transporte preferido. Su figura erguida, señorial, dando vueltas y más vueltas alrededor de una noria bajo la solitaria noguera, resiste todavía en la memoria colectiva a pesar del tiempo transcurrido, una imagen familiar e inmortalizada además en numerosas obras pictóricas de todos los tiempos. La mula era el animal doméstico por excelencia, obediente, inteligente y fácil de dirigir, tan asociado a las faenas agrícolas que ya fue usado con profusión en España durante las épocas romana y árabe. Los musulmanes las preferían a los bueyes en las labores de secano propias de estas tierras, y se cuenta que las legiones romanas utilizaban habitualmente estas bestias de carga junto a los carros para transportar la intendencia. Cuando las reformas en el ejército obligaron a los soldados a cargar el equipo personalmente, con el objetivo de reducir el tamaño de las caravanas, los legionarios comenzaron a conocerse con el apelativo de "las mulas de Mario" por ser Cayo Mario el principal impulsor de esta iniciativa. 



 Yunta de mulas con todo su atalaje. Años cincuenta
Foto cedida por: Gregorio Calabria García


A nivel biológico el mulo tiene una peculiaridad, y es que se trata de un animal híbrido y por tanto estéril, resultante del cruce entre una yegua y un burro. En realidad existen dos tipos de mulos: el primero, clásico, ya citado; y otro más que proviene del cruce entre caballo y burra, al que con más propiedad se le denomina “burdégano”. Este último es de una variedad menos frecuente, ya que el parto es muy difícil y las prestaciones del animal son peores que en el caso de la mula. 

 
Niños sobre un burro. Años sesenta
Cedida por: Ramona Matamoros



 Trabajo del esquilador en los cuartos traseros. Años cincuenta
Foto cedida por: Gregorio Calabria García


En Villahermosa los gañanes se entendían muy bien con las mulas, hasta el punto que estos animales acertaban a conocerlos por su voz y su figura aunque estuviesen de espaldas a ellos. Había un lenguaje casi universal para “hablar” con el mulo, a saber: echar a andar (arre); parar (sooo…); ir a la derecha (booo….); ir a la izquierda (reaaa…); marcha atrás (seja, atrasss…). Al igual que las personas, también los mulos tenían su fiesta patronal, y ésta era y sigue siendo San Antón. Ese día se aseaban y preparaban al detalle todas las yuntas, y el esquilador se esmeraba en hacer sus filigranas en los cuartos traseros del animal, trabajo a menudo digno de admiración y comentado después durante semanas. Los animales también se atalajaban para ser bendecidos por el cura (como se puede observar en las fotografías), y en algunos pueblos llevaban unas alforjas muy bonitas y llenas de trozos de torta de San Antón, que se repartían sobre todo a los más pequeños. Por la tarde o al anochecer, los gañanes y los dueños montaban y corrían por distintas calles del pueblo, pasando varias veces por la plaza, donde les esperaba una multitud de personas ansiosas para disfrutar del espectáculo a pesar del frío reinante (la festividad se celebra el 17 de enero, en lo más crudo de la estación invernal). Sólo al terminar las carreras y no quedar ni rastro de las tortas de San Antón, el pueblo se reunía en torno a las hogueras para cantar, bailar y compartir alimentos, convirtiendo así este ancestral rito del fuego en una celebración de hermandad que animaba las largas y heladoras noches de invierno. Mientras, las yuntas de mulas ya se habían encerrado en las cuadras hasta el día siguiente: para los animales la fiesta era ya cosa del pasado y todo regresaba a la normalidad, a la dura vida de las faenas del campo.




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