Todavía hay en el pueblo quien se acuerda de los años del hambre. Aquellos en los que una hogaza de pan costaba a cuatro pesetas, la era se vestía de parvas doradas tras la siega y los pastores vivían en el monte trabajando de sol a sol, para terminar durmiendo amontonados en el suelo o en los poyos junto al fuego del cortijo. Eran tiempos duros, todo hay que decirlo. Pero también se vivía de otra manera, en el pueblo y fuera de él. Mucho de lo que entonces se conocía y se aprovechaba está abandonado y corre peligro de olvidarse para siempre: los molinos, las veredas, las majadas, las “tinás”, las ovejas primalas, tardías y “machorras”… Hoy sólo queda hablar con los más viejos para imaginar esos detalles y formas de vida, cuando los campos de cultivo y el monte que rodeaba Villahermosa estaban mucho más vivos que en la actualidad. En ésta y en próximas publicaciones intentaremos recrear de forma lo más nítida posible las costumbres, el trabajo, las necesidades, penalidades y alegrías de aquellos años, unos recuerdos que, en definitiva, también forman parte de la cultura popular de este pueblo y de las familias que en él han vivido desde siempre.
Rebaño de ovejas. Campo de Criptana
Autor: José Flores Sánchez-Alarcos
Estamos en los años 30 y 40 del siglo pasado. Amanece. En el interior del cortijo, cuando todavía no había
luz fuera, los pastores al cargo de algún “hato” de ganado hacía rato que estaban levantados. Mientras uno se encargaba de
preparar el desayuno a base de gachas, moje de tomate o, en el mejor de los
casos, un conejo matado el día de antes, el compañero ya había salido fuera
para comprobar el estado del tiempo y de las ovejas. Por supuesto, no había
reloj despertador… Pero tampoco se necesitaba. Con el ganado cerca, a menudo resultaba difícil para los pastores dormir muchas horas de un tirón. Y en el caso de los gañanes era incluso peor, ya que tenían por costumbre pasar la noche en la pajera de la cuadra: entonces los
resoplidos del animal o el masticar de paja junto al oído eran constantes (¿¡No
dejarán de comer en toda la noche!?), lo que terminaba por desesperar a los hombres
y hacerles desear con ansia el primer despuntar del día.
Interior de unas "Tinás" en Campo de Criptana
Autor: José Flores Sánchez-Alarcos
Normalmente el ganado en las “tinás” ya estaba inquieto a esas horas…
Pero, ¿qué eran unas “tinás"? Las “tinás” eran corrales situados normalmente al lado de un cortijo, y
que disponían de una parte a cubierto para encerrar al rebaño en días o
periodos de mal tiempo. Los pastores también utilizaban las “tinas” para apartar
su ganado, y así la zona cubierta solía estar dividida en varios “apartaderos”.
Uno era el destinado a las ovejas que estaban criando y produciendo leche. Otro,
más pequeño, para el “vacío”, donde se metían las corderas
o primalas durante los casi dos años de crianza o “recrío” (los corderos se vendían a los pocos meses de nacer). Hasta el momento
en que estaban listas para la producción de leche, las primalas podían
mezclarse con otras ovejas que por diversas razones tampoco producían. Era el
caso de las ovejas tardías, que tenían un ciclo distinto de reproducción, y
las llamadas “machorras” u ovejas imposibilitadas para quedar preñadas.
En las “tinás” de algunos cortijos grandes podía también existir un
tercer apartadero llamado “rezago”. Los pastores reservaban en el “rezago” a las
ovejas adultas no productivas, bien porque tuviesen algún tipo de tara física,
o bien por ser “machorras” o tardías. A menudo los carniceros pasaban por el
rezago y seleccionaban lotes de ovejas, que luego compraban y traían al pueblo para
sacrificar (o para revender de nuevo, según los casos). Como es obvio, el rezago dejaba de existir cuando el "hato" de ganado o el número de estas ovejas era muy pequeño. Los pastores las identificaban entonces a simple vista y las mezclaban con las demás dentro de los corrales o en el resto de apartaderos de las "tinás".
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