Una vez con el desayuno en el cuerpo, los pastores
cerraban la puerta del cortijo y se iban a buscar el ganado a las “tinás”. En
la cortijada quedaban los guardas de la casa, que a menudo vivían en
dependencias aparte y apenas hacían vida en común con el resto de trabajadores
(gañanes, pastores o jornaleros). Si había niños, éstos ya estaban levantados y
echando paja a los animales hacinados en la cuadra. Las acciones de los hombres
a primera hora son mecánicas, rápidas y de pocos amigos: un par de
pisotones a la leña todavía humeante, el repaso del hato con el almuerzo, un comentario
trivial, un saludo. Algún pastor ha dejado un puchero junto a las ascuas
apagadas y lleno de garbanzos cocidos esa misma mañana. Por la noche, añadiendo
tan solo unas cuantas patatas y una pizca de sal, servirá para la cena de toda
la cuadrilla. Arrimado contra la pared, en el suelo o sobre uno de los poyos, queda
el “lío” compuesto de mantón y pellejo de oveja que les sirve para pasar la
noche. Mientras, no dejan de oírse en la fría mañana el ruido familiar de las ovejas saliendo del corralón y el
ladrido de los perros, un preludio
a otro día cualquiera en la vida de los cortijos hace sesenta años.
Niños, pastores y rebaño en un cortijo. Años cincuenta
Foto cedida por: Antonio Gallego García
El rebaño de ovejas sale como en tromba, atraviesa la
explanada donde las gallinas picotean ya los escasos granos que encuentran y se
pierde por el monte de sabinas que hay detrás. Los pastores azuzan a los animales
con voces fuertes y repetitivas que sólo ellos entienden. En los años cuarenta
era raro encontrar perros pastores que supiesen cuidar del rebaño. Hasta
finales de la siguiente década apenas se conocieron en Villahermosa, aunque sí
fueron habituales en otras zonas no muy lejanas como Viso del Marqués. Por eso
los pastores deben bastarse por sí mismos, hacer de guía, de vigilante y hasta
de pariente improvisado, cuando algún cordero recién nacido tiene problemas para mamar o
avanzar tras de su madre.
Rebaño de ovejas en las eras de los pobres. Villahermosa
En las cortijadas grandes como en la Lóbrega los
rebaños podían alcanzar las 400 o 500 ovejas, de modo que cada mañana se
repartían entre toda la cuadrilla varios “hatos” de 100 o 150 ovejas cada uno, y
los dirigían a distintas zonas del monte con el fin de no estorbarse entre ellos. Las cuadrillas de pastores eran aquí numerosas, pero estos casos resultaban
poco frecuentes. En general la mayoría de las ganaderías eran de pequeño
tamaño y se guiaban sobradamente con dos personas: el mayoral o “jefe” de los
pastores, y un zagal o ayudante que según los rebaños podía ampliarse hasta dos,
llamados entonces zagal grande y el zagal chico. Los propios pastores llevaban ovejas
de su propiedad mezcladas con la ganadería del propietario, o “amo”, y de esta
forma el mayoral solía poseer unas 30 ovejas y 10 borregas, mientras que el
zagal grande se conformaba con 25 y 5 respectivamente. Por su parte los
zagales chicos apenas llegaban a las 20 ovejas, aunque el ascenso en la graduación
y en el número de animales no tardaba mucho en producirse: si el mayoral faltaba
por alguna razón, éste era sustituido por el llamado ayudador, que solía ser
con frecuencia el zagal más veterano.
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