viernes, 29 de marzo de 2013

LAS CUADRILLAS DE PASTORES



Una vez con el desayuno en el cuerpo, los pastores cerraban la puerta del cortijo y se iban a buscar el ganado a las “tinás”. En la cortijada quedaban los guardas de la casa, que a menudo vivían en dependencias aparte y apenas hacían vida en común con el resto de trabajadores (gañanes, pastores o jornaleros). Si había niños, éstos ya estaban levantados y echando paja a los animales hacinados en la cuadra. Las acciones de los hombres a primera hora son mecánicas, rápidas y de pocos amigos: un par de pisotones a la leña todavía humeante, el repaso del hato con el almuerzo, un comentario trivial, un saludo. Algún pastor ha dejado un puchero junto a las ascuas apagadas y lleno de garbanzos cocidos esa misma mañana. Por la noche, añadiendo tan solo unas cuantas patatas y una pizca de sal, servirá para la cena de toda la cuadrilla. Arrimado contra la pared, en el suelo o sobre uno de los poyos, queda el “lío” compuesto de mantón y pellejo de oveja que les sirve para pasar la noche. Mientras, no dejan de oírse en la fría mañana el ruido familiar de las ovejas saliendo del corralón y el ladrido de los perros, un preludio a otro día cualquiera en la vida de los cortijos hace sesenta años.

Niños, pastores y rebaño en un cortijo. Años cincuenta
Foto cedida por: Antonio Gallego García


El rebaño de ovejas sale como en tromba, atraviesa la explanada donde las gallinas picotean ya los escasos granos que encuentran y se pierde por el monte de sabinas que hay detrás. Los pastores azuzan a los animales con voces fuertes y repetitivas que sólo ellos entienden. En los años cuarenta era raro encontrar perros pastores que supiesen cuidar del rebaño. Hasta finales de la siguiente década apenas se conocieron en Villahermosa, aunque sí fueron habituales en otras zonas no muy lejanas como Viso del Marqués. Por eso los pastores deben bastarse por sí mismos, hacer de guía, de vigilante y hasta de pariente improvisado, cuando algún cordero recién nacido tiene problemas para mamar o avanzar tras de su madre. 


 Rebaño de ovejas en las eras de los pobres. Villahermosa


En las cortijadas grandes como en la Lóbrega los rebaños podían alcanzar las 400 o 500 ovejas, de modo que cada mañana se repartían entre toda la cuadrilla varios “hatos” de 100 o 150 ovejas cada uno, y los dirigían a distintas zonas del monte con el fin de no estorbarse entre ellos. Las cuadrillas de pastores eran aquí numerosas, pero estos casos resultaban poco frecuentes. En general la mayoría de las ganaderías eran de pequeño tamaño y se guiaban sobradamente con dos personas: el mayoral o “jefe” de los pastores, y un zagal o ayudante que según los rebaños podía ampliarse hasta dos, llamados entonces zagal grande y el zagal chico. Los propios pastores llevaban ovejas de su propiedad mezcladas con la ganadería del propietario, o “amo”, y de esta forma el mayoral solía poseer unas 30 ovejas y 10 borregas, mientras que el zagal grande se conformaba con 25 y 5 respectivamente. Por su parte los zagales chicos apenas llegaban a las 20 ovejas, aunque el ascenso en la graduación y en el número de animales no tardaba mucho en producirse: si el mayoral faltaba por alguna razón, éste era sustituido por el llamado ayudador, que solía ser con frecuencia el zagal más veterano.





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