sábado, 6 de abril de 2013

UNA AVALANCHA DE CONEJOS



Cuando paseamos por el campo en estos días de principios de primavera es muy común encontrarnos con un curioso espectáculo: la gran cantidad de conejos jóvenes en casi cualquier lugar del monte. Aparecen cruzando despreocupadamente carreteras y caminos, retozando entre las matas de romero o acurrucados junto a sus madrigueras, siempre cerca de los adultos. Con las recientes lluvias muchas gazaperas y madrigueras han sufrido inundaciones, y por tanto es probable que disminuya notablemente la densidad de conejos para la próxima temporada de caza. Algunos piensan que todavía es muy pronto para saberlo, porque ya se sabe que los conejos son extraordinariamente prolíficos.


 Conejo junto a su madriguera
Autor: Paulo Costa


Pero ¿es cierto ese dicho que asegura que estos animales “crían como conejos”? ¿Cuántos gazapos puede llegar a tener una coneja en edad reproductora? Para responder a estas preguntas hay que empezar rompiendo algunos tópicos muy extendidos. Por ejemplo: a pesar de que son fértiles durante todo el año, es muy raro que los conejos silvestres críen más de 7 u 8 meses seguidos. En la naturaleza el ciclo reproductivo comienza normalmente a mediados de otoño y puede extenderse hasta mayo-junio, aunque la duración depende mucho del clima y de la abundancia de alimento. En verano no se reproducen debido al calor y la sequía. Aún con estas premisas, medio año puede dar mucho de sí cuando se trata de unos animales que paren a los 30 días de ser fecundados. Se sabe además que las hembras pueden tener entre 3 y 12 retoños por camada; que vuelven a quedar preñadas a los pocos días del parto, y que a su vez los hijos son capaces de reproducirse entre los 4 y los 9 meses de vida.

De acuerdo con estos datos, el famoso etólogo Vitus B. Dröscher cuenta un famoso experimento realizado por investigadores británicos para determinar la descendencia real en estos animales. Los investigadores encerraron a 36 conejas en un campo vallado durante todo su periodo reproductivo, esperando que al llegar el otoño la población hubiese aumentado un total de 1512 individuos (y suponiendo que cada madre tuviese, según esos mismos datos, una media de 42 gazapos al año). Sin embargo algo falló: de la gran avalancha de retoños que se esperaban, tan solo llegaron al final del experimento… ¡Dieciocho!


 Una buena partida de caza en Lizana
Foto cedida por: Juan Antonio Resa


¿Qué había ocurrido? ¿Los conejos son realmente tan prolíficos como se dice? Ciertamente, una cosa son las cifras teóricas obtenidas en criaderos y otra la vida en libertad, donde abundan los factores que pueden reducir esta alta tasa de reproducción. Sabemos, por ejemplo, que la mayoría de las conejas silvestres no tienen más de 12 crías al año y que incluso en épocas de abundancia no suelen parir más de 4 veces por temporada. Por otro lado se da un hecho extraordinario y poco conocido en estos animales: más de la mitad de las crías de una hembra en gestación nunca llegan a nacer, sino que se reabsorben todavía vivas y desaparecen en el útero de la madre. Los científicos han registrado casos de fetos reabsorbidos tan sólo unos días antes del parto. Aún no está clara la razón de este fenómeno, pero parece que tiene mucho que ver con la disponibilidad de alimento en el entorno. 

Otros procesos disminuyen todavía más la camada. Las crías pasan sus primeros días escondidas en gazaperas que las madres visitan diariamente, y que tapan con tierra para evitar el ataque de lagartos, zorros o culebras. Aún así los carnívoros conocen tan bien estos escondites que resulta difícil engañarlos, por lo que muchas de estas camadas terminan sirviéndoles de alimento y nunca llegan a ver la luz del día. En realidad, puede asegurarse que tan sólo 1 gazapo de cada 6 consigue llegar a los 3 meses de vida, y 9 de cada 10 no alcanzan ni tan siquiera el primer año. Si a este hecho añadimos las ocasionales inundaciones de madrigueras en primavera y otoño, o los efectos de diversas enfermedades, estaremos de acuerdo en replantear nuestras creencias y aceptar solo con matices la afirmación de que los conejos silvestres “crían como conejos”.





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