San Isidro fue un personaje real. Pocero, peón y labrador por más señas, este
santo vivió en Madrid en plena Edad Media española, cuando la actual capital de
España todavía estaba en poder de los musulmanes y su verdadero nombre era
Mayrit, que significa “Madre de aguas” o “Abundante en aguas”. En aquellos
tiempos Madrid era una humilde ciudad árabe que vivía de la agricultura y la
ganadería en la sierra, y no tenía nada que ver con lo que hoy representa.
Pradera de San Isidro. Madrid.
Francisco de Goya. Óleo sobre lienzo, 1788
San Isidro fue de familia muy humilde. Nació alrededor del año 1080 y sus
padres, campesinos como él, vivían de la labranza y cosecha de tierras ajenas. La
tradición cuenta que el verdadero nombre del santo era Isidro de Merlo y
Quintana y que fue bautizado en la Iglesia de San Andrés de la ciudad. No era
raro que existiesen iglesias en poblaciones musulmanas, ya que los árabes siempre
tuvieron un cierto grado de tolerancia para la población cristiana (y judía) de
los territorios que ocuparon. Los cristianos poseían iglesias repartidas por las ciudades y podían celebrar
libremente sus cultos, aunque siempre de forma privada y sin grandes manifestaciones
externas. Por poner un ejemplo, estaba terminantemente prohibido realizar procesiones, predicar al aire libre o voltear las campanas para llamar o avisar a los fieles a la Santa Misa.
Dos amigos en San Isidro. Villahermosa
Foto cedida por: Isidro Alcázar
En este ambiente transcurrieron los primeros años del santo. Los padres de San Isidro eran muy pobres y apenas pudieron darle lo
necesario para vivir. Sin duda no pudo ir a la escuela (aunque por aquella época las
escuelas eran muy distintas de como nosotros las conocemos) pero no por ello su familia descuidó la
educación del muchacho, que fue profundamente religiosa y humana. A la tierna edad de diez años San Isidro quedó huérfano. Y de esta forma, solo en el mundo, tuvo que buscarse el
sustento cuando todavía era un niño y trabajar duro para conseguir su comida, sus ropas de faena y un techo para cobijarse, condiciones todas muy comunes en la vida de las clases bajas de aquella época. Por suerte encontró una ocupación como peón
o labrador en un campo cerca de Madrid, y allí fue donde se desarrolló
prácticamente el resto de su vida: en medio de los animales, la mies, el arado
y el amor a Dios y al prójimo. Fue un amor tan grande, tan sincero y tan volcado en
la caridad, que pronto su fama se extendió y dio
lugar a hechos tildados de extraordinarios: los famosos milagros que se
atribuyen en vida a este santo español, tan conocido por todos nosotros.
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