En un pueblo como Villahermosa, donde se veneran tantos Santos de la Iglesia, las Hermandades encontraron un papel protagonista desde las primeras décadas del siglo pasado. No sabemos ciertamente cuando surge la Hermandad de San Isidro, si bien, dado que Villahermosa es una población eminentemente agrícola, podemos decir que su origen es muy anterior a la fecha del primer libro de Actas que se conserva: 1969. Sin embargo, tiene que llegar la década de los Setenta para que podamos hacer un estudio lo más fiable posible de la Hermandad, basándonos para ello en datos y testimonios de primera mano.
Durante
estos primeros años, la Hermandad de San Isidro tenía como función principal la organización
de los actos que se desarrollaban en la fiesta de comienzos de mayo. Dichas
celebraciones consistían básicamente en actos religiosos tales como la
Procesión en honor al Santo y la Misa solemne, de todos conocidas.
Como curiosidad podemos citar la compensación económica de 250 pesetas que se otorgaba al fallecer un Cofrade o Socio cualquiera, y que se entregaba a la familia como ayuda para el entierro. En aquellos tiempos era una cantidad notable, pero su valor estriba ante todo en lo que representa el hecho en sí. Y es que esta acción nos retrotrae a tiempos ya olvidados, en la lejana sociedad medieval, cuando las Hermandades y los Gremios de oficios constituían la base de la actividad laboral y económica de las villas, y los miembros de estas asociaciones se apoyaban mutuamente ante la desgracia de uno de los suyos.
En el pueblo esta costumbre se practicaba también por otras Hermandades con gran tradición y solera, como la de San Antón, y constituía un acto que tenía mucho de protección social en unas épocas en que las desigualdades y la pobreza crónica eran evidentes.
Como curiosidad podemos citar la compensación económica de 250 pesetas que se otorgaba al fallecer un Cofrade o Socio cualquiera, y que se entregaba a la familia como ayuda para el entierro. En aquellos tiempos era una cantidad notable, pero su valor estriba ante todo en lo que representa el hecho en sí. Y es que esta acción nos retrotrae a tiempos ya olvidados, en la lejana sociedad medieval, cuando las Hermandades y los Gremios de oficios constituían la base de la actividad laboral y económica de las villas, y los miembros de estas asociaciones se apoyaban mutuamente ante la desgracia de uno de los suyos.
En el pueblo esta costumbre se practicaba también por otras Hermandades con gran tradición y solera, como la de San Antón, y constituía un acto que tenía mucho de protección social en unas épocas en que las desigualdades y la pobreza crónica eran evidentes.
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