miércoles, 27 de marzo de 2013

LA SIEMBRA DE LA PATATA (2)



Unos cuantos días después estaba la familia comiendo... pierna de carnero, por cierto, con patatas, y el chico, que no tenía hambre, jugaba por la habitación, cuando se oyó de pronto un ruido infernal, así como una pequeña granizada. «No hagas eso, hijo mío», dijo el padre» «Si no hago nada», contestó el chico. «Bueno, pues no lo hagas otra vez», dijo el padre. Después de un corto silencio empezó el ruido, más fuerte que antes (…)

Y para que el niño le obedeciera, le dio un azote, pero nunca se ha oído tal estrépito como el que se armó. «¡Maldita sea! ¡Si es dentro del niño!», dice el padre. «No tengo nada, padre», dijo el chico, rompiendo a llorar; «¡es el collar, que me lo he tragado, padre!». Tomó el padre al chico y se lo llevó al hospital; las cuentas sonaban en el estómago del muchacho con el movimiento, y la gente miraba por todos lados buscando el origen de aquel ruido extraño. «Y en el hospital está –dijo Jacobo Hopkins–, y hace un ruido tal cada vez que se mueve, que no ha habido más remedio que envolverle en el capote de un sereno para que no despierte a los enfermos.
  

                               De: Los papeles póstumos del Club Pickwick. Charles Dickens



Tan acostumbrados estamos a considerar la patata como base de nuestra dieta, que sorprende descubrir como este producto fue despreciado y calumniado durante siglos por medio mundo. En una época en la que Europa se moría de hambre víctima de malas cosechas, de guerras y de opresión, la patata se empleó al principio como forraje para el ganado y como planta exótica ornamental. Frailes, curas, nobles y príncipes adornaban con macetas de patatas sus monasterios y palacios, y comparaban con orgullo sus adquisiciones al considerarla un bello exponente del reino vegetal. Y es que muy poca gente creía que este oscuro y sucio tubérculo tuviese algún valor nutritivo. La cultura popular achacaba propiedades tóxicas a los alimentos subterráneos, y tampoco ayudaba mucho descubrir los numerosos casos de envenenamiento por consumo de tallos y hojas (debido a la presencia de solanina). Para colmo, cuando la patata aterrizó en España con los primeros barcos procedentes de América, muchos médicos sentenciaron que se trataba de un alimento tosco, flatulento y sin interés. Su fama era tal que terminó destinándose solo a los enfermos y a los más pobres en el Hospital de la Sangre de Sevilla.


 Plantando patatas en los años cuarenta
Autor: U.S. Department of Agriculture

La patata se extendió por Europa, y la fama empeoró. Al principio en Italia se conocía con el nombre de "tartuffola" o pequeña trufa, pero a los rusos no les hizo ninguna gracia y terminaron llamándola “manzana del diablo”, lo que da idea de la opinión que le merecía al pueblo. En Alemania la cosa no fue mejor y durante 200 años se cultivó allí únicamente como pienso para animales, mientras que los clérigos escoceses llegaron a prohibir su consumo al no estar citada en la Biblia. El Rey Luis XIII de Francia la consideraba una excentricidad y a menudo solía ofrecer potajes de patata en sus banquetes, ocasionando el consabido revuelo entre los invitados, que la veían como una real tomadura de pelo (entre ellos el famoso cardenal Richelieu). Afortunadamente su consumo fue extendiendose poco a poco, y durante las grandes guerras religiosas del siglo XVII se generalizó como alimento básico para los soldados. El cambio en popularidad obedeció a razones de tipo práctico, ya que era más fácil de transportar que el grano y por supuesto mucho más sencilla de cocinar: la tropa prefería asar o cocer patatas a la ardua tarea de hacer pan. Hasta tal punto llegó el interés de algunos gobernantes en imponerla, que Federico Guillermo amenazó en Alemania con cortar nariz y orejas a quien rechazase su consumo. Y debió de tener éxito con su propaganda, puesto que en 1778, durante la guerra de Sucesión Bávara, los soldados de ambos bandos se vieron obligados a regresar a casa tras agotarse las reservas de patata en sus carros de intendencia. A esta guerra se la conoció con el nombre de "Guerra de la patata".

Este año la siembra de la patata en Villahermosa se ha retrasado debido al estado de las huertas. Las lluvias abundantes han dejado numerosas parcelas encharcadas haciendo difícil poder entrar a los campos, abonar, cavar y preparar convenientemente el terreno. Aún así, la mayoría de los patatales están ya en marcha. Pero por si acaso hay alguien esperando todavía el día perfecto, aquí van unos consejos básicos para culminar un buen trabajo: la mejor forma de cultivar patatas es mediante el tubérculo mismo, bien entero o bien cortado en trozos que tengan dos o tres yemas germinadas, también llamadas “ojos”. Este método exige no usar nunca un trozo de patata con signos de enfermedad (manchas, tejidos muertos, etc), ya que al crecer podría ser un foco infeccioso para el resto de la plantación. Tampoco es recomendable utilizar en la siembra patatas de las que se compran para el consumo. A menudo están tratadas con productos químicos que inhiben la germinación de los “ojos”, y esto es precisamente lo que se busca para realizar la siembra. 


Patatas semitardías "Desiree" preparadas para la siembra en Mayo. Villahermosa


Sin duda, lo mejor es adquirir patatas en cooperativas o viveros donde tengan las variedades más adecuadas a cada zona y clima, y a partir de la primera recolección guardar una parte de la cosecha para la siembra del siguiente año. La patata de siembra proviene normalmente de zonas frías (muchas son de Álava o Burgos), hecho que obedece a una sencilla razón: se trata de comarcas de clima riguroso que apenas sufren ataques de pulgón u otras plagas, y por tanto producen unos tubérculos sanos, robustos y libres de enfermedades. Una vez adquiridas a mediados de invierno estas patatas se colocan en cajas dentro de una habitación cálida y luminosa, apiladas siempre de forma que les entre aire y luz en abundancia. De esta forma conseguimos que los tubérculos despunten, es decir, que germinen las pequeñas yemas necesarias para iniciar el proceso de crecimiento. 


Huerta de patatas. Guadalajara
Autor: Nicolás Pérez


El trabajo en la parcela es sencillo, pero deben tenerse en cuenta algunas normas que no conviene pasar por alto. Tras delimitar la zona de siembra, humedecida y abonada convenientemente, se trabajan primeramente unas hileras de terreno con la azada para después abrir hoyos de 7 u 8 cm, donde se colocan trozos de patata con los brotes u “ojos” mirando hacia arriba. Profundidades mayores retardan la emergencia, mientras que sembrar demasiado cerca de la superficie incrementa el riesgo de enverdecimiento (y por tanto la proporción de solanina, ligeramente tóxica). Seguidamente se entierran formando el caballón. No es aconsejable colocar los tubérculos a distancias inferiores a 30 cm unos de otros, ya que la alta densidad da lugar a una mayor competencia y por tanto a tubérculos más pequeños. Como norma final es importante no regar las patatas hasta que comienzan a brotar, a fin de evitar en los primeros días el riesgo de podredumbre.





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