Unos cuantos días después estaba la familia comiendo... pierna
de carnero, por cierto, con patatas, y el chico, que no tenía hambre, jugaba por
la habitación, cuando se oyó de pronto un ruido infernal, así como una pequeña granizada.
«No hagas eso, hijo mío», dijo el padre» «Si no hago nada», contestó el chico. «Bueno,
pues no lo hagas otra vez», dijo el padre. Después de un corto silencio empezó el
ruido, más fuerte que antes (…)
Y para que el niño le obedeciera, le dio un azote,
pero nunca se ha oído tal estrépito como el que se armó. «¡Maldita sea! ¡Si es
dentro del niño!», dice el padre. «No tengo nada, padre», dijo el chico, rompiendo
a llorar; «¡es el collar, que me lo he tragado, padre!». Tomó el padre al chico
y se lo llevó al hospital; las cuentas sonaban en el estómago del muchacho con el
movimiento, y la gente miraba por todos lados buscando el origen de aquel ruido
extraño. «Y en el hospital está –dijo Jacobo Hopkins–, y hace un ruido tal cada
vez que se mueve, que no ha habido más remedio que envolverle en el capote de un
sereno para que no despierte a los enfermos.
De: Los papeles
póstumos del Club Pickwick. Charles Dickens
Tan
acostumbrados estamos a considerar la patata como base de nuestra dieta, que
sorprende descubrir como este producto fue despreciado y calumniado durante
siglos por medio mundo. En una época en la que Europa se moría de hambre víctima
de malas cosechas, de guerras y de opresión, la patata se empleó al principio
como forraje para el ganado y como planta exótica ornamental. Frailes, curas,
nobles y príncipes adornaban con macetas de patatas sus monasterios y palacios,
y comparaban con orgullo sus adquisiciones al considerarla un bello exponente del reino vegetal. Y es que muy poca gente creía que este
oscuro y sucio tubérculo tuviese algún
valor nutritivo. La cultura popular achacaba propiedades tóxicas a los alimentos subterráneos, y tampoco ayudaba mucho descubrir los numerosos casos de envenenamiento
por consumo de tallos y hojas (debido a la presencia de solanina). Para colmo,
cuando la patata aterrizó en España con los primeros barcos procedentes de América,
muchos médicos sentenciaron que se trataba de un alimento tosco,
flatulento y sin interés. Su fama era tal que terminó destinándose solo a los enfermos y a los más pobres en el Hospital de la Sangre de Sevilla.
Plantando patatas en los años cuarenta
Autor: U.S. Department of Agriculture
La patata se extendió por Europa, y la fama empeoró. Al
principio en Italia se conocía con el nombre de "tartuffola" o pequeña trufa, pero a los rusos no les hizo ninguna gracia y terminaron llamándola “manzana del diablo”, lo que da idea de
la opinión que le merecía al pueblo. En Alemania la cosa no fue mejor y durante 200 años se cultivó allí únicamente como pienso para animales, mientras que los clérigos escoceses llegaron a prohibir su consumo al no estar citada en la Biblia. El Rey Luis XIII de
Francia la consideraba una excentricidad y a menudo solía ofrecer potajes de patata en sus banquetes, ocasionando el consabido revuelo entre los invitados, que la veían como una real tomadura de pelo (entre ellos el famoso cardenal Richelieu). Afortunadamente su consumo fue
extendiendose poco a poco, y durante las grandes guerras religiosas del siglo XVII se generalizó como alimento básico para
los soldados. El cambio en popularidad obedeció a razones de tipo práctico, ya
que era más fácil de transportar que el grano y
por supuesto mucho más sencilla de cocinar: la tropa prefería asar o cocer
patatas a la ardua tarea de hacer pan. Hasta tal punto llegó el interés de algunos gobernantes en imponerla, que Federico Guillermo amenazó en Alemania con cortar nariz y orejas a quien rechazase su consumo. Y debió de tener éxito con su propaganda, puesto que en 1778, durante la guerra de Sucesión Bávara, los soldados de ambos bandos se vieron obligados a regresar a casa tras agotarse las reservas de patata en sus carros de intendencia. A esta guerra se la conoció con el nombre de "Guerra de la patata".
Este año la
siembra de la patata en Villahermosa se ha retrasado debido al estado de las huertas.
Las lluvias abundantes han dejado numerosas parcelas encharcadas haciendo difícil
poder entrar a los campos, abonar, cavar y preparar convenientemente el terreno. Aún así, la mayoría de los patatales están ya en marcha. Pero
por si acaso hay alguien esperando todavía el día perfecto, aquí van unos consejos
básicos para culminar un buen trabajo: la mejor forma de cultivar patatas es mediante el tubérculo mismo,
bien entero o bien cortado en trozos que tengan dos o tres yemas germinadas,
también llamadas “ojos”. Este método exige no usar nunca un trozo de patata
con signos de enfermedad (manchas, tejidos muertos, etc), ya que al crecer
podría ser un foco infeccioso para el resto de la plantación. Tampoco es
recomendable utilizar en la siembra patatas de las que se compran para el
consumo. A menudo están tratadas con productos químicos que inhiben la germinación
de los “ojos”, y esto es precisamente lo que se busca para realizar la siembra.
Sin duda, lo mejor es adquirir patatas en cooperativas o
viveros donde tengan las variedades más adecuadas a cada zona y clima, y a
partir de la primera recolección guardar una parte de la cosecha para la
siembra del siguiente año. La patata de siembra proviene normalmente de zonas
frías (muchas son de Álava o Burgos), hecho que obedece a una sencilla razón: se trata de comarcas de clima riguroso que apenas sufren ataques de pulgón u otras plagas, y
por tanto producen unos tubérculos sanos, robustos y libres de enfermedades. Una vez adquiridas a mediados de invierno estas
patatas se colocan en cajas dentro de una habitación
cálida y luminosa, apiladas siempre de forma que les entre aire y luz en
abundancia. De esta forma conseguimos que los tubérculos despunten, es decir, que
germinen las pequeñas yemas necesarias para iniciar el proceso de crecimiento.
Huerta de patatas. Guadalajara
Autor: Nicolás Pérez
El trabajo en
la parcela es sencillo, pero deben tenerse en cuenta algunas normas que no
conviene pasar por alto. Tras delimitar la zona de siembra, humedecida y abonada convenientemente, se trabajan primeramente unas hileras de terreno con la azada para después abrir hoyos de 7 u 8 cm, donde se colocan trozos de patata con los brotes u
“ojos” mirando hacia arriba. Profundidades mayores retardan la emergencia,
mientras que sembrar demasiado cerca de la superficie incrementa el riesgo de
enverdecimiento (y por tanto la proporción de solanina, ligeramente tóxica). Seguidamente se entierran formando el caballón. No es aconsejable colocar los
tubérculos a distancias inferiores a 30 cm unos de
otros, ya que la alta densidad da lugar a una mayor competencia y por tanto a tubérculos más pequeños. Como norma
final es importante no regar las patatas
hasta que comienzan a brotar, a fin de evitar en los primeros días el riesgo de podredumbre.


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